Las tardes de verano en el camping eran lo mejor, estar a miles de kilometro de tu casa, sin responsabilidades, viviendo para vivir, y planeando la siguiente noche, era algo de todos los días. El chocolate caliente, el té con manzana y canela, y unas galletas eran el ingrediente perfecto para iniciar una buena conversación. Levantarme en la tarde (para nosotras la mañana) cuando todos dormian tambien podía a llegar a ser tan agradable, recorrer el centro para rematar en el mirador a leer o escuchar un poco de música tenía casi el mismo efecto en mí que cualquier otra sustancia externa que podría haberle metido a mi cuerpo.
El viento pegandome en la cara, el sol reflectando en mis piernas, las melodias que me acompañaban a diario por los caminos verdes no podían ser más perfectos. Y es que en realidad nada podía arruinar esos momentos, un año que recién comenzaba, todo un verano por delante, amigas, noches descontraladas y noches tranquilas, días de sueño, días de lluvia, de sol, de arena y descanso, la juventud por delante...
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