jueves, 7 de enero de 2010

En mi ventana se respira un olor a campo.

Atrás de la casa hay un campo,
con flores silvestres, flores de casa y flores de ciudad.
Digo de ciudad porque los residuos urbanos, o más bien,
los deshechos no dejan de estar,
solo que en este lugar pocos hay.

En el campo pasan a diario hombres
con pequeñas carretas monociclos
cargadas de cubitos de madera
que quien sabe de donde las sacan.
Otros llegan allí a pie,
otros en auto cargando enormes sacos
con el mismo material.
Yo pienso que son para leña...

Más al interior de campo, hay una cama de margaritas
seguramente mañana me resposare en ella.
Prometimos hacer un picnic allí con las niñas,
quizas andar en bicicleta y por supuesto
como no sacar un par de fotografías en la tierra,
soplando un diente de león, o simplemente
respirando el aire del campo...

A la vuelta, en el espacio más seco
y próximo a la ciudad se juntan los niños,
pedalean en su bicicleta haciendo acrobacias
en las pequeñas dunas que se forman en el campo,
algunas desgastadas por el roce de la rueda,
otras desgastadas con el soplo del viento,
otros, seguramente, por la mano del hombre.

En el día los niños corren, saltan, rien, pelean y se vuelven a reir...
en la noche, yo miro por la ventana del baño,
y ni siquiera la luz de la luna
ilumina los grandes matorrales...
Solo queda el recuerdo de un día y el silencio de las noches del sur.

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